En el transcurso de nuestra historia los argentinos hemos elegido para que nos gobiernen, casi sin solución de continuidad, a hombres y mujeres que han obviado cumplir con rigurosidad sus obligaciones contenidas en el contrato de mandato suscripto con el pueblo al tiempo del voto en especial en lo que hace a procurar el bienestar general de los mandantes tal como lo prescribe la Constitución Nacional como tampoco se preocuparon por concretar planes de salud y educación de excelencia, garantizar vivienda digna y la vigencia de una justicia independiente y estructurar la plena seguridad de los habitantes en todos los ámbitos.

A tales gobernantes que omitieron satisfacer los derechos y garantías de los ciudadanos y a los que confiadamente hemos delegado la soberanía -exclusiva y excluyente del pueblo - una y otra vez los hemos soportado resignados, mientras que al único gobernante honesto que nos ha tocado, el extinto presidente Arturo Humberto Illía, nos encargamos a echarlo a empujones a pesar de haber sido el mandatario que destinó el 23 % del presupuesto a educación, que vendió su auto para atender la grave enfermedad que afectó a su esposa sin tocar un sólo peso del erario público, que cuando dejó el gobierno renunció a su jubilación y culminó su vida en la pobreza a que lleva la honestidad en este extraño país

Lo expuesto hasta aquí sucede porque somos un pueblo poco común, que nos deslumbra el discurso de lindas palabras que esconde la verdad siempre flojita de papeles, que toleramos silenciosamente los abusos de los funcionarios, sus omisiones, el desgobierno, el rápido y brutal incremento patrimonial de las autoridades, aunque ello se concrete a costa del desempleo, del hambre y la miseria.

Quizás sigamos eligiendo mandatarios ausentes de valores, porque si designamos honestos responsables se exigirán y nos exigirán sangre, sudor y lágrimas para salir del aislamiento y la pobreza en que estamos inmersos lo que implicaría cambiar el facilismo de asignaciones y subsidios por el rigor del trabajo y el esfuerzo sin pausa, canje que muchos no están dispuestos a concretar.

Como remarca el filósofo Santiago Kovadlof, ya es hora de salir de la modorra, de dejar de elegir vendedores de humo, esos que nos dicen antes de ser seleccionados que ya tienen resueltas todas nuestras carencias, seguir la vía del que nos propone un camino de lucha y trabajo sostenido donde abundará el sudor pero que con tiempo, coherencia y convicción democrática las lágrimas se convertirán en amplias sonrisas al darnos cuenta que escapamos de la mentira dañina y el duro esfuerzo nos llevó a la verdad de los hombres libres, que dejamos la ignominia de la dádiva y la sumisión para toparnos con la labor que dignifica y la idea sin cadenas.