Cualquier alianza que se postule para las próximas elecciones debe imprescindiblemente priorizar la efectiva vigencia de los valores básicos para la existencia de una sociedad civilizada, esto la honestidad, la decencia, el honor que deben ostentar aquellos que ocupen funciones de gobierno desechando a los "militantes" ineptos y corruptos, astutos que siempre están al acecho de la oportunidad de enriquecerse con rapidez sin importarle el bienestar del pueblo.
Los argentinos tenemos un problema serio con la honestidad, es un valor recurrentemente despreciado, marginado, que brilla por su ausencia en los atributos que lucen y han lucido en el pasado los funcionarios que tienen a su cargo la cosa pública, las responsabilidades de administrar, legislar y administrar justicia, o ejercer roles relevantes en empresas del estado y organismos relacionados al gobierno.
Basta un par de ejemplos para mostrar la verdad de lo afirmado precedentemente: Arturo Umberto Illía, el único presidente honesto que tuvo el país en años, hombre probo y austero, que a poco de andar y exhibir la excelencia de su conducta comenzó a ser agraviado por representantes de intereses espurios, que insistieron hasta que fue derrocado ignominiosamente, acabando su fructífera vida en la más absoluta pobreza.
Que decir de lo ocurrido con el Dr. René Favaloro, un médico de primerísima línea que luego de concretar realizaciones que salvan la vida de millones de personas en el mundo, fue castigado por su bajo perfil, por su honestidad esencial, acorralado por afanes egoístas e impiadosos, frustraron el éxito de su pelea contra la adversidad y la malicia y harto y cansado de tanto poder puesto al servicio de la corrupción, se quitó la vida.
Así y apreciando que inveteradamente hemos sido gobernados por hombres y mujeres cuestionables, que acabaron viviendo en una riqueza imposible de explicar con sueldos de funcionarios públicos, que obviaron trabajar en la creación de empleos y sueldos dignos, en salud, educación, seguridad, olvidando hacer en pro del interés general, en estos momentos preelectorales el hombre de a pie debe ir más allá de las palabras de los candidatos y hallar en los postulantes ese sello de calidad que se identifica con la honestidad, con comportamientos éticos y morales impecables y distintivos y allí, en el supuesto de lograrlo, habremos llegado al principio del fin de las desventuras de este pueblo noble.
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