Los ciudadanos que el pueblo elige cada vez que es convocado para designar a las autoridades que lo han de gobernar encuentran su legitimación y sustentan el poder que ejercen en la realización plena de las mandas de la Constitución Nacional cumpliendo estrictamente los términos del poder que la sociedad le ha otorgado para proveer al bienestar general, desarrollando las potencialidades humanas y materiales que posee un país rico como Argentina y atendiendo al resguardo, defensa e integridad de los habitantes del país y sus bienes, asumiendo responsablemente las obligaciones que han tomado a su cargo.

Esto es, los gobernantes no acceden al poder para enriquecerse sin límites, priorizando el interés individual y el de sus amigos, parientes y referentes, sino como se dijo más arriba y se consagra en el preámbulo de la Carta Magna, para concretar el bienestar general del pueblo del que son sus mandatarios esto es al que deben servir y responder en cada caso.

La desgracia que acaba de padecer la ciudad de La Plata, Capital Federal y ciudades aledañas ha dejado al desnudo que los ciudadanos que integran el gobierno incumplen sus obligaciones y responsabilidades, no resguardan al pueblo que los ha votado, no les preocupan las innumerables carencias que lo aquejan, no invierten los dineros públicos en obras para mejorar la calidad de vida y todo se reduce a una insensata lucha por el poder entre distintas facciones las cuales terminan siempre beneficiando a la clase política y perjudicando impúdicamente al hombre de a pie.

Obviamente esta situación no es la primera vez que ocurre, tragedias como las de Once, y tantas otras nos muestran que el pueblo no puede confiar en sus representantes para salir indemne en su cotidiana lucha por sobrevivir, que solamente sus fuerzas, su voluntad su valiente decisión de no bajar los brazos, su natural solidaridad son las únicas armas con las que puede contar para superar las distintas contingencias que les presenta un país maltratado por el gobierno de turno.

Así las cosas sería un enorme error que una vez más el tiempo y el olvido den por terminada la cuestión y se vuelva a la desidia, la negligencia, la pelea por un pedacito de poder, a la gestión ausente, al subsidio clientelar que degrada al ciudadano y destruye la cultura del trabajo.

Hoy es tiempo de reflexión, de acabar con un sistema de amigos y compromisos que nos ha llevado al filo de desaparecer como Nación, al caos total, a la anarquía y para ello es absolutamente necesario acabar con las mezquindades e invertir los recursos de este rico país con razonabilidad en empresas que generen trabajo genuino, en obras que tiendan a la seguridad, que acaben con la aventura de ser argentino.

No hay duda que nuestro país cuenta con elemento humano idóneo y honesto como así también de las más variadas riquezas para conseguir derrotar la pobreza y la desesperanza, sólo se necesita que aquellos que fueron elegidos para gobernarnos decidan adoptar medidas generosas y atinadas que no son otras que aquellas previstas al tiempo del sufragio de respetar estrictamente, sin excusas ni peros, de manera integral la Constitución Nacional.

El fiel y pleno cumplimiento por los gobernantes, nacionales o provinciales, de cada una de las prescripciones de la Carta Magna Argentina resolverá en poco tiempo los dramas y desgracias que nos afligen; continuar en el camino del autoritarismo, del olvido de los derechos del pueblo, de las instituciones, nos hundirá definitivamente en el caos sin salida, en la miseria y la desesperanza.

La inundaciones han puesto en evidencia la profundidad de la crisis en que están inmersos los gobernantes en todos los niveles y la clase política en general, pero toda crisis es también una oportunidad para salir del camino equivocado, abandonar los malos hábitos y trabajar duramente para realizar el bienestar del pueblo y los beneficios de la democracia republicana