En la editorial del diario Río Negro del 10/12/2011, bajo el título "Los corruptos están a salvo", se destaca que:"Puede preverse, pues, que la Argentina seguirá siendo un país de corrupción africana y que la política económica permanecerá al servicio de los integrantes del gobierno de turno y empresarios amigos, que de vez en cuando serán sacrificados algunos ‘emblemáticos’ para apaciguar a los preocupados, pero que no se emprenderá ningún esfuerzo auténtico por poner fin al saqueo rutinario que tanto ha contribuido a hacer ‘estructurales’ las lacras sociales como la extrema pobreza de provincias enteras gobernadas por personajes de mentalidad feudal".

Sin duda la corrupción es el cáncer que afecta las instituciones argentina, a la sociedad toda en tanto se ha obviado la convivencia basada en el riguroso respeto de los valores como el honor, la honestidad, el trabajo y además se dejó la democracia república que manda el art. 5 de la Constitución Nacional que supone que el poder del Estado se divide armoniosa y equilibradamente en tres poderes que función de manera autónomo sin dependencia de alguno de ellos respecto del otro asumiendo el titular del poder ejecutivo - nacional o provincial - la suma del poder público en tanto las legislaturas y la justicia están sometidas absolutamente a la voluntad exclusiva y excluyente de la Presidente o del gobernador.

En razón del alto grado de corrupción de Argentina, la organización internacional Transparencia Internacional, con sede en Alemania ubica a nuestro país en el final de una larga lista junto con Burkina Faso, Gabón y Tanzania en un pié de igualdad en el continente americano con Venezuela y Haití.

Los individuos más idóneos en cada actividad son obviados y los cargos de poder, aquellos cuyos titulares tornan las decisiones relevantes para el funcionamiento del país o la provincia, esto es los que ejercen efectivamente las funciones de gobierno son ocupados por los "leales", sin que tenga importancia la capacidad, el apego por el trabajo, o la observancia de valores como la honestidad, la decencia, o el honor.

Así el sistema se convierte en una cuestión de amigos y compromisos, de una aristocracia funcional, una fiesta de elegidos a la que el hombre de a pie jamás será invitado.

Sobre el particular la editorial base de este comentario destaca: "Después de todo, no se trata sólo de un problema ético, como quisieran hacer pensar los que atribuyen informes como los de TI al puritanismo de individuos incapaces de entender la cultura más ‘humana’ de sociedades, entre ellas la nuestra, en que importan mucho las relaciones personales y por lo tanto es considerado normal intercambiar favores”.

Con esta realidad, donde la república, la austeridad y el sentido común para gobernar aparecen como mandatos frustrados consignados en las obras de los grandes hombres como Alberdi, Sarmiento o San Martín.

Cuando vemos que el poder se concentra en una sola persona sin someterse a regla alguna más que su propia voluntad y se presagia un futuro sin posibilidades de progreso se está alentando decididamente que los mejores, los idóneos, emigren hacia mejores destinos tal como sucede cada día en esta desafortunada Nación.

En realidad este éxodo de gente joven y útil, amiga del trabajo sostenido, ansiosa de entregar sus sabiduría es mucho más preocupante que la tan temida fuga de capitales pues el elemento humano de excelencia es la base para generar la riqueza que nos hará sobresalir en el mundo en los listados positivos, de mejor educación, salud, seguridad.

Pero negar este oscuro pasaje de la vida argentina sería una necedad y así la emigración se convierte en un elemento de legítima defensa.

Ya Simón Bolívar decía: "Huid del país donde uno solo ejerce todos los poderes: es un país de esclavos”.

En el mismo sentido Juan B. Alberdi alertaba "Hoy es harto abundante el mundo en lugares propicios para que nadie quiera someterse por necesidad y mucho menos por gusto”.

Aunque parezca una ingenuidad los gobernantes pueden revertir el modelo, siempre queda una pizca de grandeza que puede despertar y alzarse vencedora sobre la mezquindad y la corrupción.