Cada vez más cerca de la justicia por mano propia Imprimir
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Escrito por hector luis manchini   
Martes, 05 de Mayo de 2009 12:08

En medio de la conmoción por la pérdida de un ser querido, surgen propuestas drásticas y brutales para combatir el delito. 
 
Hablan desde el dolor. Un dolor extremo. Les llegó de golpe y se instaló con radicalidad terminante.

En su impacto tiene algo de catástrofe, "ese surgimiento brusco, suerte de interrupción del suceder", reflexiona el psiquiatra Isidoro Berenstein.

Por momentos, incluso, perciben que la palabra "dolor" no alcanza para definir todo lo que sienten, todo lo que les ha dejado la pérdida violenta, repentina, de un ser querido.

-Y te das cuenta de que eso que llamás dolor vino para

quedarse para siempre -dice Silvia. Cruzó los 55 hace poco.

 "No te reconocés"

 Un día, tres años atrás, le asesinaron un hijo de 22. Era remisero. Dos pibes le sacaron la plata. No se resistió. Pero le alojaron dos balazos en la cabeza.

Silvia respira hondo. Y sigue.

-Te llaman y te dicen que asesinaron a tu hijo... casi un trámite. En un segundo dejás de ser la señora de barrio que barre la vereda, que es feliz en su mundo... en su mundito. Al rato te ves en televisión llorando, pidiendo justicia, gritando "Hay que matarlos a todos esos hijos de puta". No te reconocés, sos vos pero no sos vos.

Junto a Silvia está su marido, de 61 años. Escuchó a su esposa con la vista fija en el piso de "La Farola", de Martínez.

-Yo tengo odio. Hay días en que camino y camino por Boulogne, Merlo, Villa Domínico, las zonas que trabajaba mi pibe. Dios me va a ayudar... yo voy a encontrar a esos hijos de mil putas que lo mataron. Seguro que siguen matando. Usted -dice mirando al periodista- me llamó porque le quedó lo que yo dije hace tres años, que quería que agarraran a esos hijos de puta y me los entregaran... y le pareció excesivo, ¿no?

-Sí, hoy es un reclamo habitual.

-¿Quiere saber lo que yo haría con esos asesinos hijos de puta?

-No es necesario.

-Yo necesito dos horas, no más. Los quiero tener en mis manos, hacerlos sufrir. Yo fui "coreano" de la Federal... ¿sabe lo que era un "coreano" de la Federal?

-Sí.

-Yo he visto pegarle a un tipo hasta que se arrepintiera de haber nacido. No quiero matarlos, pero les muelo las rodillas con una maza, los dejo sin piernas... que sufran el resto de sus vidas.

Discurso brutal. Descarnado.

Dominado por "emociones primarias", señala el psiquiatra Luis Di Giacomo. (Ver aparte)

Desde La Plata, un psicólogo que pide reserva de identificación aborda el tema desde su experiencia como profesional de la Bonaerense durante largo tiempo.

-Este tipo de discurso siempre existió, pero no como constante. Hoy se retroalimenta desde la percepción de estar indefensa que tiene la sociedad, especialmente la del conurbano y Capital Federal -dice para acotar luego:

-Es un discurso de quiebres emocionales muy profundos que conlleva inexorablemente siempre la pérdida violenta de un ser querido. Hay un corte en la regularidad de la vida del padre, la madre, el hijo, de la víctima. Todo lo anterior le es podado en un instante. Cambia la subjetividad de la víctima. El hecho la deja sin vida previa y a veces, como sucede hoy, surge una subjetividad acicateada por el odio, la necesidad de venganza.

 Vivir en la Villa 21

 La Villa 21-22 se recuesta sobre la margen norte del Riachuelo. Serpentea el barrio de Barracas rumbo al oeste. Luego se desvanece arañando a los coletazos un lugar con menta de cuchilleros borgianos: Puente Alsina. Junto con la 31 de Retiro y la 1-11-14 de Bajo Flores forma parte de las tres villas más grandes de Capital Federal: más de 100.000 personas.

Según trabajos de campo realizados por el Instituto Nacional contra la Discriminación, de toda la población villera de Buenos Aires la 21-22 es la que más rechazo siente en sus vínculos con la ciudad.

Pepe Di Paola funge de cura en la barraqueña iglesia de la Virgen de Caacupé, santa a la que el folclore católico acredita tesonera dedicación a los pobres.

Sin embargo, a poco de conocerse la villa, queda en evidencia que la señora de Caacupé o está desganada o su lucha es poco eficiente: ahí la pobreza se reproduce sin solución de continuidad.

Di Paola conoce la geografía territorial y humana de la villa como Cristo las grandezas y debilidades de sus apóstoles. Y cree que la gente de la villa es injustamente estigmatizada.

A contramano de ese convencimiento está Marcela Iacardi, de 35 años.

-Son unos hijos de puta, asesinos. A mi papá lo mataron como a un perro... ¡tenía las manos cuadradas de tanto trabajar y estos hijos de puta me dejaron sin mi papá!

En los estrechos pasillos de la 21-22 manda el paco. Y para "paco ya", "plata ya". Desde hace meses, día y noche, se cobra peaje para ingresar a la villa.

El domingo 22 Ángel Iacardi ingresó a la villa a repartir garrafas. Una tarea habitual. Pagó el peaje, para lo cual la empresa para que trabajaba siempre le daba plata. Pero le metieron dos balazos en la cabeza y la villa los cobijó.

-¡Yo no sé si hay que aplicar la pena de muerte, sí sé que si tengo una bomba, se las pongo! ¡Eso haría, sí, sí... les tiro la bomba! -sentencia Marcela, desgarrada por el sufrimiento y condicionada emocionalmente como para detectar la contradicción a que la empuja el dolor.

Lejos de donde asesinaron a Ángel Iacardi, dos semanas atrás a José le secuestraron a su hija Marisol, de 9 años. Horas después la encontraron violada y muerta a golpes.

El criminal fue detenido cuando no mediaba nada para que el barrio -Los Polvorines- lo linchara.

-Míreme a los ojos, míreme a los ojos, ¿por qué no me lo entrega? ¿Por qué no me lo entrega? -le dice José a Quiroga, capitán de la comisaría de la Bonaerense que interviene en el caso.

-¡Lo tiene en el hospital, atendido como un rey! -grita una mujer.

-¡No, señora, como un rey no! ¡Pero sí corresponde que se lo atienda, estaba herido! -dice Quiroga.

-Lo que corresponde es quemarlo vivo, traerlo acá y quemarlo vivo -grita otra mujer mientras José y otros vecinos, a pura maza, comienzan a destruir la casa del asesino.

El barrio, en tanto, se organiza para marchar rumbo al hospital. El objetivo: quemar a Colman, el violador y criminal.

En su más reciente paso por Buenos Aires, con la Argentina ya zarandeada por el crecimiento de la inseguridad, el lingüista holandés Teun van Dijk señaló: "Sin considerar la discriminación que puede eventualmente alentar, el discurso que alienta el dolor que provoca el asesino tiene una particularidad muy acentuada: la realidad en que se produce. Yo lo encuadro en línea con la definición primaria de discurso, es decir, el uso real del lenguaje por locutores reales en situaciones reales".

Luego acotó: "Podemos reflexionar sobre el lugar social y emocional desde el cual se pronuncia el discurso de este tipo de dolor, pero es un discurso articulado a partir de una realidad brutal que deja poco espacio a la racionalidad. Es esto lo que impide que quien sufre ese dolor reflexione sobre las causas del delito. Toda reflexión en ese sentido que se le pida suma cero".

¿Dónde se encuentra el Estado en relación con este discurso?

Vale aquí la reflexión del más riguroso estudioso sobre justicia por mano propia que tiene el continente: el argentino Carlos María Vilas.

Opina que desde esa perspectiva "el Estado protege a los delincuentes (ladrones, funcionarios corruptos, asesinos, violadores), retarda o deniega la administración de justicia, abusa de la gente honesta, ampara a los infractores y deja sin protección ni atención a los necesitados y los honestos.

El Estado se deslegitima porque la legitimidad siempre tiene implícita una noción de equilibrio entre lo que los individuos aportan al conjunto social y lo que éste entrega a cambio; en el fondo, tiene que ver con un concepto básico de justicia y reciprocidad".

En fin, "la democracia en guerra consigo misma", sostiene Alain Badiou.

Por CARLOS TORRENGO

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Publicado de el diario Rio Negro del 27 de marzo del 2009 

Última actualización el Domingo, 04 de Octubre de 2009 21:10