Escrito por hector luis manchini  
Sábado, 28 de Agosto de 2021 12:55
alberdi bases laureles

Cada vez que me detengo a leer las ideas y pensamientos de Juan Bautista Alberdi expuestos en sus obras magistrales llego a la conclusión de que hay esperanza, de que todavía el país soñado es posible.

Como hábil y experimentado maestro nos va guiando en las distintas cuestiones que hacen a las aristas más agudas de nuestra realidad, señalando con precisión aquello que debe ser.

Sorprende, sin duda, que reiteradamente, en distintas etapas de la complicada vida institucional de nuestra patria, sus expresiones adquieran absoluta e indiscutible vigencia, a tal punto que nos decimos interiormente: «Ése es el camino». Así, vemos cómo pone de manifiesto la relevancia que adquiere la unión nacional, lograda en un marco de paz y dentro de la ley, para comenzar a resolver nuestros asuntos; esto es, encontrar el camino para solucionar los problemas que nos agobian. Dice al respecto que «La República Argentina tendrá necesidad de buscar en la unidad nacional la fuerza que necesita para resolverlos... para el extranjero, la República Argentina debe ser una e indivisible, múltiple por dentro y unitaria por fuera».

Absoluta claridad tiene su discurso al referirse a la justicia y a la libertad. Respecto de la primera, indica: «La propiedad, la vida, el honor, son bienes nominales cuando la justicia es mala. No hay aliciente para trabajar en la adquisición de bienes que han de estar a merced de los pícaros. La Ley, la Constitución, el gobierno, son palabras vacías si no se reducen a hechos por la mano del juez, que en último resultado es quien los hace ser realidad o mentira».

Al referirse a la libertad, manifiesta que la verdadera es la que no se monopoliza en provecho de un solo hombre, clase o partido y agrega: «Ella, la libertad auténtica, como el Evangelio, dice al hombre libre: Ama la libertad de tu semejante como tu libertad misma».

En relación con el mismo punto destaca que, si queremos ser libres, antes debemos ser dignos de serlo: «la libertad es el parto lento de la civilización... uno de los fines de la humanidad» y nos hace ver que «...jamás falta a un pueblo de una manera absoluta, y si le faltase absolutamente perecería, porque la libertad es la vida».

Al reflexionar sobre la democracia pone de manifiesto la austeridad, la prudencia, el bajo perfil que viste todos los ámbitos y dice: «...bajo la democracia, todo debe penetrarse de su espíritu: literatura, arte, lengua, costumbres, usos, trajes, todo debe ostentar un modesto nivel, una cristiana y filosófica armonía». Además, remarca que el fondo de la democracia reside en la soberanía del pueblo, destacando al precisar el concepto que «El pueblo no es soberano de mi libertad, de mi inteligencia, de mis bienes, de mi persona, que tengo de la mano de Dios, sino que, al contrario, no tiene soberanía sino para impedir que se me prive de mi libertad, de mi inteligencia, de mis bienes, de mi persona. De modo que, cuando el pueblo o sus representantes, en vez de llenar este deber, son ellos los primeros en violarle, el pueblo o sus representantes no son criminales únicamente, son también perjuros y traidores».

Al referirse a las utopías de poder, dice que nadie se mueve a cosas útiles por el modesto y honrado estímulo del bien público y postula el olvido de las fantasías heroicas auspiciando una vida juiciosa, respetable, tranquila y feliz. Añade que son los pueblos los que dispensan la gloria, considerando como héroes de las naciones a los científicos y, en general, a aquellos que «...dignifican la vida, no los que la suprimen so pretexto de servirla».

Total, y absoluta actualidad tienen sus argumentos en favor del ferrocarril como medio de unión del vasto territorio argentino, más eficaz que cualquier Congreso. Sobre el punto expone: «El ferrocarril... cambia las cosas más difíciles sin decretos ni asonadas. Él hará la unidad de la República Argentina mejor que todos los congresos. Los congresos podrán declararla una e indivisible mas sin el camino de fierro que acerque sus extremos remotos quedará siempre divisible y dividida».

Particular importancia adquieren sus consideraciones sobre la necesidad de reglar los gastos públicos, cuando expresa la necesidad de «...establecer reglas y garantías para que los consumos públicos y gastos del Estado no devoren la riqueza del país, para que el Tesoro Nacional, destinado a sufragarlos, se forme, administre y aplique en bien y utilidad de la Nación».

Por último, quiero manifestar la especial atención que le brinda al afianzamiento de las instituciones democráticas, tarea que debe llevarse a cabo por la educación y el Estado, que debe preocuparse particularmente en transformarlas en hechos reales a los fines de que el rol que cumplan se ajuste estrictamente a lo normado en la Constitución nacional que, como destaca en sus obras, es carta de navegación y camino seguro en todas las borrascas. Al respecto, afirma: «Hasta que la institución no está arraigada en el entendimiento y encarnada en las costumbres, por la obra de la educación, la institución no existe sino en el aire. Es una nube dorada que se lleva el viento».

Lo expuesto, como dije al empezar, es además de un manual de sensatez una renovada esperanza en que la difusión de ideas tan claras y precisas nos ayude a encontrar el camino de grandeza y bienestar que empecinadamente pretenden los hombres de bien que habitan este suelo y se niegan a claudicar.

(Obras selectas de Juan Bautista Alberdi, editadas por librería «La facultad», Buenos Aires, 1920)